Redakcja Polska

Ecos de Chopin en Brasil: una polonidad que no se apaga

11.12.2025 17:09
Se estima que cerca de cinco millones de brasileños tengan origen polaco, resultado de un movimiento migratorio que se intensificó entre finales del siglo XIX y comienzos del XX. Ya en 1824, en el actual estado de Rio Grande do Sul, se registró la llegada de familias polacas con apellidos como Białek, Bilski, Gudowski y Pokorny. Estos y otros grupos formaban parte de un flujo migratorio mayoritariamente germánico procedente de Pomerania, entonces bajo dominio prusiano, lo que provocó una subnotificación de inmigrantes polacos en Brasil. El mismo proceso se observó en otros estados brasileños, como Santa Catarina y Espírito Santo.
Dispora polaca de Brasil
Diáspora polaca de Brasilwikipedia.org

El avance de esta inmigración dialogaba con los cambios políticos del Brasil imperial. A medida que la esclavitud comenzaba a ser cuestionada en el escenario internacional, el país buscaba alternativas para ocupar su vasto territorio y estimular la agricultura, ignorando así a las poblaciones indígenas que ya habitaban estas tierras desde hacía milenios. En este contexto, ideas racistas provenientes de Europa reforzaron el interés en políticas de “blanqueamiento” de la población, mientras los campesinos sin tierra del continente europeo eran vistos por las autoridades como la solución para el poblamiento y la defensa de las fronteras.

Un hito de este proceso fue el Decreto nº 3.784, del 19 de enero de 1867, que reglamentó la creación de colonias agrícolas y definió la infraestructura necesaria para recibir inmigrantes, como caminos, puentes y alojamientos provisionales. La norma también estableció el tamaño y los precios de los lotes rurales —de 151.000 m² a 605.000 m²— y urbanos, que variaban entre 1.000 y 5.000 m². En la práctica, el tamaño de las propiedades fluctuó de acuerdo con las políticas provinciales. Los primeros inmigrantes alemanes, por ejemplo, recibieron gratuitamente terrenos de alrededor de 75 hectáreas, mientras que los italianos obtuvieron parcelas de aproximadamente 25 hectáreas. Muchos polacos, especialmente en Rio Grande do Sul, terminaron instalados en áreas menores, en torno a 12,5 hectáreas, por las cuales debían pagar.

Además de la tierra, los inmigrantes podían solicitar préstamos para garantizar su subsistencia inicial y recibían semillas y herramientas. El valor de esta asistencia se sumaba al costo del lote, que podía ser pagado al contado, en cinco cuotas con un recargo del 20%, o mediante servicios prestados al gobierno. Esta última modalidad fue frecuente entre los polacos: cada adulto podía trabajar hasta seis meses en la tala del bosque, la apertura de caminos y la construcción de puentes y viviendas. El trabajo de menores de edad también estaba permitido, considerándose que dos adolescentes equivalían a un trabajador adulto a efectos de cálculo.

Campesinos polacos trabajando en la apertura de caminos en el sur de Brasil (Fuente: Kazimierz Głuchowski, 1927) Campesinos polacos trabajando en la apertura de caminos en el sur de Brasil (Fuente: Kazimierz Głuchowski, 1927)
Instalaciones para alojar provisionalmente a inmigrantes en la colonia Senador Correia, actual municipio de Prudentópolis, estado de Paraná (Fuente: Kazimierz Głuchowski, 1927) Instalaciones para alojar provisionalmente a inmigrantes en la colonia Senador Correia, actual municipio de Prudentópolis, estado de Paraná (Fuente: Kazimierz Głuchowski, 1927)

Estas políticas moldearon el perfil de las colonias agrícolas brasileñas y contribuyeron decisivamente a la formación de la numerosa comunidad de descendientes de polacos que vive hoy en el país.
Fueron décadas de privaciones, pero fue en Brasil donde muchos campesinos polacos finalmente encontraron la posibilidad de vivir en libertad y realizar un sueño que, en su tierra natal, parecía inalcanzable: el de poseer su propia tierra.

Conviene recordar que, desde finales del siglo XVIII, Polonia tuvo su territorio ocupado y repartido entre el Imperio ruso, el Imperio austrohúngaro y el Reino de Prusia, recuperando su independencia solo 123 años después, al término de la Primera Guerra Mundial.

Actualmente, la comunidad polaca en Brasil está formada mayoritariamente por brasileños que ya llegan a la quinta, sexta o incluso séptima generación. Lo más sorprendente es que, a pesar del tiempo y la distancia, estas familias preservan tradiciones, costumbres e incluso la lengua traída por sus antepasados —idioma que, además, obtuvo estatus de cooficial junto al portugués en veinte municipios brasileños.

La cultura y las tradiciones mantenidas por los brasileños descendientes de polacos con frecuencia incorporan adaptaciones locales y elementos de la cultura brasileña —incluidas influencias indígenas y africanas— perceptibles, por ejemplo, en la gastronomía y en el vocabulario del polaco hablado en Brasil, que presenta particularidades y diferencias respecto a la lengua estándar utilizada en la Polonia contemporánea.

Al preservar su herencia cultural, estos descendientes no pretenden crear enclaves ni aislarse de la nación brasileña. Por el contrario, evocan la historia y la memoria de sus antepasados con profundo respeto y reconocimiento hacia el Brasil que los acogió —un país al que también aportaron de manera significativa, como la introducción del cultivo de la soja, el desarrollo de técnicas de arquitectura en madera, la adopción del carro de bueyes de cuatro ruedas, avances en la medicina, la danza y el teatro contemporáneos, además de diversos elementos culturales y culinarios.

El resultado es una simbiosis étnica y cultural que caracteriza a Brasil en toda su diversidad. En síntesis, cada brasileña y cada brasileño posee un origen étnico, y recordarlo o celebrarlo no significa promover ideas supremacistas, sino, por el contrario, reconocer y valorar la fusión de culturas que constituye el fundamento mismo de la identidad brasileña.

La diáspora polaca en Brasil tiene aún una característica singular: incluye personas de diversos orígenes étnicos —descendientes de italianos, alemanes, africanos, portugueses y muchas otras comunidades. Este fenómeno único floreció porque Brasil es, por esencia, multiétnico y multicultural. En regiones donde más del 90% de la población tiene ascendencia polaca, la cultura de los inmigrantes se volvió tan presente que terminó funcionando como cultura regional. Así, no resulta extraño encontrar a un descendiente de italianos hablando polaco, o a un brasileño de origen alemán utilizando un portugués marcado por acento polaco. En las colonias, esta convivencia se hizo paisaje cotidiano.

Asentamientos agrícolas polacos en el sur de Brasil a finales del siglo XIX (Fuente: Wacław Siemiradzki, 1899) Asentamientos agrícolas polacos en el sur de Brasil a finales del siglo XIX (Fuente: Wacław Siemiradzki, 1899)

Entre los rasgos más fuertes de esta diáspora destaca el profundo sentimiento de pertenencia a Polonia —un vínculo que desafía el tiempo y la lógica. Todos los inmigrantes sienten nostalgia de su tierra natal, pero en el caso de los polacos que llegaron a Brasil entre el siglo XIX y comienzos del XX surgió algo más intenso: una Polonia idealizada, casi mítica. Paradójicamente, esta memoria afectiva convive con historias duras, muchas veces traumáticas, marcadas por persecuciones, hambre e inestabilidad política. Entre quienes cruzaron el océano había participantes de grandes levantamientos armados que buscaban recuperar la independencia de Polonia, como el Levantamiento de Noviembre (1830–1831), el Levantamiento de Enero (1863–1864) y el Levantamiento de Łódź (1905). Hombres y mujeres huían de guerras, ocupaciones y represiones.

Conquistaron en Brasil el derecho a la tierra —pero perdieron el derecho a volver a casa. La mayoría jamás volvió a ver Polonia ni a los familiares que allí permanecieron. Así nació una nostalgia que no se limita a una generación: un dolor transmitido como herencia. Muchos polacos en la Polonia contemporánea desconocen esta historia y se sorprenden al percibir la fuerza del vínculo afectivo que brasileños separados por casi dos siglos aún mantienen con la tierra de sus antepasados. Pero quizás la explicación esté en el propio carácter polaco —en la terquedad, en la resistencia, en la negativa a ser borrado. La historia de Polonia enseña que su nación no puede ser silenciada: cuando se intenta sofocar su lengua, su cultura o su fe, surge una fuerza que resiste y se niega a desaparecer.

Vista aérea del municipio brasileño de Carlos Gomes, donde más del 90% de la población tiene ascendencia polaca (Foto: Prefeitura Municipal de Carlos Gomes) Vista aérea del municipio brasileño de Carlos Gomes, donde más del 90% de la población tiene ascendencia polaca (Foto: Prefeitura Municipal de Carlos Gomes)
Celebraciones del Día de la Independencia de Polonia en Carlos Gomes (Foto: Prefeitura Municipal de Carlos Gomes) Celebraciones del Día de la Independencia de Polonia en Carlos Gomes (Foto: Prefeitura Municipal de Carlos Gomes)

Estoy convencido de que Fryderyk Chopin entendería profundamente este sentimiento compartido por los polacos de Brasil. En el exilio, él mismo se vio impedido de regresar a Polonia, y transformó esa imposibilidad en música. Su obra está tejida de nostalgia, de amor herido, de memoria afectiva —exactamente aquello que forma el núcleo de la polonidad brasileña. Al igual que los campesinos que cruzaron el Atlántico, Chopin cargó una patria que existía únicamente dentro de sí, recreada en cada melodía.

Monumento en homenaje al compositor polaco Fryderyk Chopin en la Praia Vermelha de Río de Janeiro (Foto: Halley Pacheco de Oliveira / Wikimedia Commons) Monumento en homenaje al compositor polaco Fryderyk Chopin en la Praia Vermelha de Río de Janeiro (Foto: Halley Pacheco de Oliveira / Wikimedia Commons)

Tanto Chopin como la Polonia brasileña fueron privados de su tierra. Y la conexión con aquello que nos es arrebatado —y no simplemente dejado atrás— siempre duele más hondo. La comunidad polaca en Brasil encontró una forma de enfrentar esa pérdida: preservando la lengua, la gastronomía, los rituales religiosos, las danzas, el folclore y todo aquello que mantuviera viva la memoria de un país distante. Brasil se convirtió también en patria —una patria que acogió, permitió reconstruir y dio espacio para que la identidad brasileño-polaca floreciera libremente.

Así como en las melodías de Chopin, la comunidad polaca en Brasil lleva en sí una fusión intensa de dolor, resistencia y esperanza —sentimientos moldeados por vivencias personales y trayectorias colectivas construidas en suelo brasileño. La diáspora polaca en el país reúne personas talentosas, movidas por un vínculo afectivo y un patriotismo genuino hacia Polonia —sentimientos que se perpetúan a lo largo de generaciones. Se trata de un potencial humano significativo, que merece pleno reconocimiento y valoración.

Quizás la autenticidad polaca que vibra en la música de Chopin pueda, finalmente, inspirarnos a reconocer y valorar a la comunidad polaca que palpita en Brasil.

Dr Fabricio Nazzari Vicroski

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